Por Pedro Hoyos González (1)
Resumen: Si encontramos en Freud, el padre del psicoanálisis, a un autor de orden y Ley, que defendía la represión de las pulsiones como garantía civilizatoria, ¿cómo es posible que las heterías psicoanalíticas hayan abrazado el discurso de la deconstrucción y el relativismo? Encontramos algunas claves en la confusión entre autoridad y autoritarismo que rastreamos ya en la Escuela de Frankfurt, en el punto de ruptura que supone Wilhelm Reich, en el reduccionismo epistemológico de Lacan a una inmanente estructura significante que subordina la biología o cualquier factor externo; o en El Anti-Edipo de Deleuze y Guattari. Pero la caída de la autoridad y de las nociones de verdad produce desgarros que son especialmente observables en la clínica, en el sujeto afectado por la falta de límites, en un concepto de libertad metafísica que es la libertad del loco.
Palabras clave: Freud, Lacan, relativismo, autoridad, autoritarismo, libertad.
"La relación psicoanalítica está basada en un amor a la verdad - esto es, en el reconocimiento de la realidad – [..] esto excluye cualquier clase de impostura o engaño" (Freud, [1937] 1980: 249)
I. La autoridad en Freud.
La cita inicial es de Freud, de su artículo Análisis terminable e interminable (Amorrortu, OC vol. XXIII), escrito hacia el final de su vida en su exilio londinense. No se si espoleado por el auge del nazismo y del fascismo, pero Freud mostró hacia el final de su carrera una especial preocupación por la preservación de los valores de nuestra civilización. Sin una noción de verdad se cae en un relativismo destructivo desde el cual el sujeto sin raíces se deja llevar por cualquier viento.
En Moisés y la religión monoteísta (Amorrortu, OC vol. XXIII) reconoce el valor sociológico de la religión, la conquista del Dios padre único es una ganancia civilizatoria, y lo mismo afirma sobre el paso del matriarcado al patriarcado:
“Esta vuelta de la madre al padre define además un triunfo de la espiritualidad sobre la sensualidad, o sea, un progreso de la cultura, pues la maternidad es demostrada por el testimonio de los sentidos, mientras que la paternidad es un supuesto edificado sobre un razonamiento y sobre una premisa” (Freud, [1939] 1980: 110).
Freud mostró a lo largo de su obra una preocupación por el rechazo que recibían sus hallazgos teóricos, incluso entre psicoanalistas. Rechazo que venía no por argumentos científicos, sino por infantilismo. El inconsciente nos inquieta y el aparato psíquico se defiende de verdades angustiosas mediante múltiples mecanismos defensivos. Así, en Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos (Amorrortu, OC vol. XIX), y en Sobre la sexualidad femenina (Amorrortu, OC vol. XXI), advertía a sus seguidores que se mantuvieran firmes frente a las objeciones ideológicas del feminismo, que, por ejemplo, apreciaba a ambos sexos como idénticos (Freud, [1925] 1979: 276) (Freud, [1931] 1979: 232).
Como nos indica Andrés Borderías en Declinar del padre, declinar al padre (Nucep, 2012), Lacan, ya en 1938, relaciona el declive del padre con una crisis psicológica y el surgimiento mismo del psicoanálisis. Uno de los primeros casos clínicos de Freud, el caso del pequeño Hans, publicado en 1909, ya nos mostraba los estragos de la caída de la autoridad paterna: Hans era un niño de cinco años que padecía severas fobias relacionadas con una angustia derivada de la ausencia de sanción paterna hacia sus conductas sexuales infantiles. El padre de Hans creía en un tipo de crianza que hoy podríamos considerar como progresista (Freud, [1909] 1980).
Como digo, hacia el final de la obra freudiana encontramos indudablemente a un autor de orden y Ley; pero incluso en su texto más, podríamos decir, deconstruccionista o Nietzscheano, como es El malestar de la cultura (Orbis, OC vol. 17), publicado en 1930, encontramos una defensa de la represión como fundamento de la civilización. Aunque al hombre le resulta difícil encontrar su felicidad en la cultura, crear lazos amistosos exige una restricción de los impulsos sexuales y agresivos. La figura de autoridad y los valores de verdad son, por tanto, imprescindibles. De hecho, Freud nos dice en este texto que un padre excesivamente blando puede producir efectos nocivos tal como también los sufre el niño desamparado y sin amor. La ausencia de padre puede derivar en una falta de tensión entre el yo y el superyo, desencadenando la agresión. “La cultura esta ligada indisolublemente con una exaltación del sentimiento de culpabilidad” (Freud [1930] 1988: 3059).
Podemos concluir, siguiendo a Freud, que la autoridad (aunque él no utilice esta palabra) ofrece un sostén al sujeto que lo salva de su destructividad. La autoridad, a mi juicio, ofrece principios de verdad flexibles, pero no relativos, no intercambiables como cualquier cromo. La autoridad es la forma de amor más firme, su ausencia conduce precisamente al autoritarismo y la destructividad. Es decir, a la ausencia de toda libertad.
¿Cómo es posible, pues, que partiendo de estos principios, las heterías psicoanalíticas hayan abrazado el discurso de la deconstrucción y el relativismo? Intentaré ofrecer algunas claves.
II. La confusión entre autoridad y autoritarismo.
Creo que podríamos afirmar que la confusión entre autoridad y autoritarismo, con un sesgo izquierdista (el autoritarismo se daría solo en la derecha) y un concepto metafísico de libertad, alejado ya de Freud, esta ya en la escuela de Frankfurt, en La personalidad autoritaria, o en la obra de Erich Fromm. Como indica Gustavo Bueno en su artículo Psicoanalistas y epicúreos (El Basilisco, 1982): “No es el miedo a la libertad —-concepto puramente metafísico— lo que impulsa a muchos individuos a acogerse a una obediencia fanática: es la disolución de todo enclasamiento firme" (Bueno, 1982: 23).
El psicoanalista Wilhelm Reich irá más lejos aún. En La revolución sexual, publicado originalmente en 1936 bajo el título Die Sexualität im Kulturkampf, la ruptura con Freud es evidente. La regulación moral de la sexualidad es represora (aquí la represión ya no tiene connotación positiva), se trata de afirmar la sexualidad. Dice Reich:
“La antítesis absoluta entre la sexualidad y la cultura domina todo el ámbito de la moralidad, la filosofía, la cultura, la ciencia, la sicología, la sicoterapia como dogma inviolable. Sin duda, en todo esto el sicoanálisis de Freud tiene un papel esencial porque, a pesar de los descubrimientos clínicos y científicos de su primera época, se aferra a esta antítesis absoluta. Es, pues, imprescindible presentar brevemente las contradicciones a que dio lugar la teoría de la cultura sicoanalítica y cómo su trabajo científico degeneró en metafísica” (Reich, [1937] 1985: 37).
En Psicología de masas del fascismo, Reich afirma que la represión sexual no surge con la cultura, sino con el patriarcado y la división de clases. La inhibición moral de la sexualidad genital del niño lo vuelve, según Reich, temeroso y sumiso (Reich, [1933] 1980).
Hasta tal punto llega el delirio libertario que Robert Castel en El psicoanalismo. El orden psicoanalítico y el poder (Nueva Visión), acusa al psicoanálisis de ser un poder que impone al paciente una visión del mundo que reduce las significaciones políticas y sociales a elementos individuales (Martínez y Tabares, 2013). Sin embargo, lo que Castel considera reduccionismo e imposición es, a mi juicio, apelar a la responsabilidad individual. Además, si no se concediera al psicoanalista cierta autoridad no podría ejercer influencia alguna en el paciente.
¿Y qué hay de Lacan, el psicoanalista más importante después de Freud?
III. El relativismo lacaniano.
“A menos que consideremos que el significante está en todas partes, tendremos que reconocer que se ha restringido la función del inconsciente hasta considerarlo sólo desde el ángulo de las cadenas significantes que activa. «El inconsciente está estructurado como un lenguaje», nos dice Lacan. ¡Claro! Pero ¿quién lo ha estructurado así?” (Guattari [1977], citado por Troncoso, 2018: 3).
Para Laplanche, la tesis lacaniana del inconsciente estructurado como un lenguaje implicaba el riesgo de un reduccionismo del inconsciente. En el Coloquio de Bonneval, de 1960, Lacan se niega a discutir la tesis sobre el inconsciente de Laplanche y Leclaire. Dice Elisabeth Roudinesco: “En esa fecha Lacan empieza a parecerse a un ídolo decepcionado y solitario adulado por discípulos que se preocupan más por imitar su estilo y personaje que por dedicarse, como Laplanche y Leclaire, a verdaderas investigaciones” (Viguera 2011: 50).
Pero en Lacan no solo estaríamos criticando el reduccionismo al lenguaje, sino también la eliminación de toda referencia externa material. Lacan en el Seminario 20, clase 3, llega a afirmar: “No hay la más mínima realidad prediscursiva [..] Los hombres, las mujeres y los niños no son más que significantes [..] El significado es el efecto del significante" (Lacan, 1973: 44-45).
Hay una primacía del significante sobre el significado. El significado esta solo en la combinatoria significante, que siempre viene del Otro, que a su vez también está alienado al significante. Entonces, ¿cómo salir de esta estructura inmanente? ¿No caemos en el determinismo del significante? Para Guattari, esta concepción del inconsciente: “¡No solamente ha contribuido a su propia alienación en las cadenas significantes, sino que ya no puede prescindir del significante, de modo que ahora lo demanda una y otra vez! Ya no desea formar parte del resto del mundo y sus formas de semiotización. Cualquier pequeño problema un poco acuciante le impulsará a buscar, si no la solución, al menos la suspensión tranquilizadora de los juegos del significante” (Troncoso, 2018: 2).
Pero, quizás la crítica más consistente hacia la doctrina lacaniana la ha hecho Diego Troncoso en su libro El regreso a Freud tras el extravío de Lacan (Edición de Kindle, 2018). Dice Troncoso que estas “formalizaciones” de lo inconsciente “(castillos en el aire), echan por tierra o cortan de raíz todo reducto lógico al materialismo” (Troncoso, 2018: 105). El cuerpo humano podría incluso ponerse en duda desde estos registros abstractos (Troncoso, 2018: 106). Si no hay la más mínima realidad prediscursiva, la biología queda subordinada a las marcas significantes. Los términos lacanianos son tomados como sustancia en sí misma, y no como metáforas aproximativas (Troncoso, 2018: 107).
Mientras Freud hablaba de huellas, de empuje o pulsión, multiplicidades de fuerzas, de una economía pulsional… Lacan habla de una pérdida mítica estructural, de un vacío (“falta en ser”), al que trataríamos de regresar continuamente. Se da mayor importancia a nuestra dependencia estructural que al devenir de la libido pulsional. La terapia trataría de abrir una hiancia entre significantes para producir una caída de la significación. Pero, indica J. A. Miller, discípulo de Lacan, sobre el estructuralismo de su maestro: “La dinámica, en el estructuralismo, se reduce a la permutación de elementos en lugares invariables. Se da una estática de los lugares que Lacan explotó” (Troncoso, 2018: 159). Y añade Troncoso: “Básicamente tal postura sobre el Significante, nos recuerda al Creacionismo ex-nihilo del Antiguo Testamento [..] Como lo refiere el Evangelio de Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Troncoso, 2018: 160). Solo que en Lacan el verbo no viene de Dios, sino de la nada.
¿No caemos aquí en el nihilismo? Dice el psicoanalista Ricardo Rodulfo: “No hay ningún punto de apoyo, ya que Lacan despoja al ser humano de todas sus potencialidades y atributos heredados, ¿Qué libertad puede habitar esa "falta de ser"? (...) Solo me queda la de reconocer y asumir mi falta de ella, falta radical, no empírica, lo que convierte el asunto en totalmente insoluble" (Rodulfo [2013] citado por Troncoso, 2018: 91).
Como nos recuerda el profesor Jesús González Requena, el paso para abandonar la aspiración científica del proyecto freudiano lo da el propio Lacan, quien en 1977 afirma: “El psicoanálisis no es una ciencia. no tiene su estatuto de ciencia [..] Es un delirio científico, pero eso no quiere decir que la práctica analítica llevará jamás a una ciencia” (González, 2012: 14). Llegando incluso a decir “que la ciencia misma no es más que un fantasma” (Lacan citado por González, 2012: 16).
Curiosamente es Lacan en El Seminario 3: Las psicosis, quien más brillantemente resitúa en el Edipo freudiano la función crucial de la figura paterna como eje fundamental que nos permite no caer en la psicosis (Lacan, 1955-1956). Pero, volviendo de nuevo a González Requena, el discurso de Lacan va degradándose precisamente en ese mismo momento. Por ejemplo, ya en El Seminario 4, Lacan afirma: “El padre simbólico no está en ninguna parte, no interviene en ninguna parte” (González, 2012: 25).
IV. El Anti-Edipo.
Llegando a mayo del 68 nos encontramos con una poderosa crítica desde la izquierda a la práctica y teoría psicoanalítica con la publicación de El Anti-Edipo (1972), de Deleuze y Guattari. Estos autores reprochaban al psicoanálisis estar al servicio del poder y del orden establecido (Deleuze y Guattari [1972] 1985). Dice certeramente Recalcati en El complejo de Telémaco (Anagrama, 2014):
“Para Deleuze y Guattari la palabra sujeto, al igual que la palabra responsabilidad, es, en efecto, digna de proscripción, al igual que, de hecho, las de Ley, castración, carencia, Nombre del Padre. El hijo-Anti-Edipo elogia en sentido único la fuerza acéfala del instinto, lo que provoca, sin embargo, que resbale fatalmente hacia una perspectiva de naturalización vitalista (y algo fascista) de la condición humana” (Recalcati, 2014: 113-114).
V. Conclusiones.
El psicoanálisis actual, mayoritariamente lacaniano, se ha abrazado al discurso de la deconstrucción de forma acrítica, basta ver cualquier congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis para darse cuenta. Se cae en el tópico de que la autoridad es cosa de ultraderechistas y aquello ni se discute. Sin embargo, la falta de autoridad, especialmente en la crisis de la familia, esta produciendo un desgarro notable en la sociedad, especialmente observable desde la clínica. El sujeto posmoderno esta afectado por la ausencia de límites. Lo vemos en la falta de capacidad de frustración, en las dificultades de sexuación, en las emociones desbordadas, en la falta de control de impulsos, en la incapacidad de esperar, en el rechazo a la palabra, al vínculo, en el dolor corporal sin causa orgánica, en la apatía, adicciones, etc. Todo un abanico de síntomas que generalmente pasan a identificarse en etiquetas diagnósticas, sin comprender nada de lo que ocurre: TDAH, trastorno negativista desafiante, ansiedad generalizada, trastornos de personalidad, transexualidad, trastorno dismórfico corporal, autismo, anorexias, bulimias, depresión, fibromialgia; o, en el peor de los casos, psicosis.
Los cuerpos se convierten en campo de batalla de un sufrimiento psíquico del cual no se puede ni hablar. La libertad sin autoridad es la libertad del loco, el liberticidio de alguien que, al no haber recibido este amor firme queda aplastado por el Otro; así que, o bien se convierte en un permanente rebelde paranoide contra todo, rechazando los valores tradicionales como farsa, o bien se somete a “lo nuevo” en actitud completamente acrítica.
El relativismo, insisto de nuevo, deja a la persona sin valores, sin raíces, sin centro de gravedad, presa de angustias innombrables, tan vulnerable que necesitará sostenerse en las mismas sectas sistémicas que están produciendo esta destrucción. Pero Freud, como hemos visto, no fue un autor relativista, sino materialista.
Referencias:
Borderías, A. (2012). Declinar del padre, declinar al padre. Recuperado de: https://nucep.com/publicaciones/declinar-del-padre-declinar-al-padre/
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Deleuze G. y Guattari F. (1972). El Anti-Edipo: Capitalismo y esquizofrenia. España (1985): Paidós.
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Freud, S. (1937-1939). Obras Completas. Vol. XXIII: Moisés y la religión monoteísta. Esquema del psicoanálisis y otras obras (1937-1939). Argentina (1980): Amorrortu.
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Recalcati, M. (2014). El complejo de Telémaco. Padres e hijos tras el ocaso del progenitor. España: Anagrama.
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Troncoso, D. (2018). El regreso a Freud tras el extravío de Lacan: Lógica de Freud: Teoría y clínica. Edición de Kindle.
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Sobre el autor:
(1) Pedro Hoyos González es psicólogo, psicoterapeuta psicoanalítico y acompañante terapéutico.
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Buen artículo. Creo que estoy aún así en el bando lacaniano, o post-lacaniano. En el fondo esta crítica de Troncoso no es más que una recontextualización más del debate imanencia-trascendencia que podemos extrapolar hasta los escolásticos (y de hecho hasta los judíos hace 2500 cuando discutían si los fenómenos astrológicos tenían valor propio o si Yahvé lo supercede todo, o la clásica contraposición platónica-aristotélica). Para mí tiene toda la pinta (y esto es una visión psicodélica) que la conciencia es una propiedad ulterior al universo físico-atómico. El cerebro pues, no crea la conciencia, sino que es una superficie neuronal extremadamente rugosa en un sentido topológico que constriñe los parámetros de las diferentes valencias emocionales de una experiencia consciente. Cuanto má…