Por Sergio Ruiz
Resumen: En antropología uno de los más aspectos que más son sometidos a estudio dado la vasta influencia que tiene sobre los procesos humanos en relación con su entorno es el de la productividad y el trabajo. Karl Marx fue posiblemente quien más incidió en las actividades materiales humanas, básicamente porque su concepción antropológica del hombre, es la del homo economicus, que transforma las condiciones materiales de la existencia mediante su trabajo. El hombre es una parte esencial del mundo que se ve abocado a enfrentarse con él, haciendo patente ese enfrentamiento con la puesta en práctica de la tecnología y la organización. Precisamente esta organización social es condicionante a la hora de plantear las formas de producción, ya que la naturaleza condiciona a su vez al hombre a que busque formas de resolver las restricciones que la propia naturaleza le impone. Los estudios realizados por el antropólogo Eric Wolf nos serán de gran ayuda para exponer esta reflexión.
Palabras clave: capital, organización social, parentesco, linajes, producción.
I. La introducción de lo social en el trabajo
A partir de Hegel se suscitó el plantear la transformación de las circunstancias de la humanidad, de manera que él lo hizo adjudicando el motivo al movimiento del Espíritu. Marx y Feuerbach reprodujeron esta visión historicista en la versión materialista, como sabemos. Sin embargo Marx definió la actividad humana de una forma más completa, es decir, no sólo como generadora de transformaciones sino también como perpetuadora de las condiciones sociales que permiten el proceso de transformación material. La sociedad pues, no sólo produce, sino que también reproduce. La tercera tesis sobre Feuerbach me parece un buen punto de partida a partir del cual orientar el presente análisis:
“La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la sociedad en dos partes, una de las cuales está por encima de la sociedad.” (Marx, 1845, III)
Por esto, a partir de la visión marxista de la realidad es ineludible que se introduzca la categoría de lo social cuando hablamos de la producción, porque ahora hablamos de trabajo social, de organización social, en tanto que la realización de la técnica humana se lleva a cabo en base al constructo de relaciones sociales necesarias que permiten no sólo que se organice el trabajo, sino también que las labores individuales sean intercambiables y se pueda satisfacer de mejor manera la demanda de los individuos.
La prueba más fehaciente de ello es que el dinero es el elemento que otorga un valor común de intercambiabilidad en la sociedad. No obstante, esto tan sólo es lo superficial del asunto. Wolf distingue tres modos de organización social a partir de los cuales se estructuran las formas de producción.
II. La fuerza de trabajo como producto en sí mismo: Modo capitalista
Wolf define este modo de producción como la división social entre propietarios de los medios de producción y los que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo al empresario para poder obtener una parte de su actividad productora, esto es, recibir un salario. Esto es así porque el propietario de los medios de producción obtiene la ganancia del excedente ya sea mediante la bajada de un sueldo o por el aumento de actividad productiva del trabajador. En términos marxistas es lo que conocemos como plusvalía, una magnitud que se cuantificaría en el número de horas de trabajo.
Por tanto el modo de producción capitalista implica naturalmente la división de las clases, entre los que poseen el capital y los medios para controlar la producción y los excedentes, y los asalariados que venden su fuerza productiva a cambio de una parte del coste de producción. De manera que en ese sistema los propietarios siempre se ven abocados a encontrar formas de producción que abaraten los costes y puedan seguir aumentando el beneficio. Un beneficio que en relación a la sociedad en general no implica otra cosa para Wolf que riqueza mercantil, por la cantidad de productos que se ponen sobre el mercado. Pero no es riqueza traducida en capital acumulado, ya que el grueso social es clase obrera, y por tanto no disfruta de ese patrimonio generado, pues como hemos dicho recala en el inversionista. La manera de conseguir que la riqueza generada recaiga sobre los productores sería en teoría la apropiación de los medios de producción por parte de las clases dominadas. Por supuesto este conflicto entre clases es intencionadamente prolongado por la clase dominante, mediante la retención de esos medios de producción amparada en el constructo social llamado “propiedad privada”.
La retención de estos medios de producción sería la primera característica para Wolf del modo capitalista. La segunda sería que la existencia de la propiedad privada implicaría la restricción del acceso a los medios de producción a los productores, viéndose éstos obligados a vender la fuerza de trabajo para obtener sustento. Y por último la acumulación de excedente, que exige constantes cambios en el modelo productivo.
Wolf considera que la riqueza no se convierte en capital hasta que no se lleva a cabo todo este proceso: control de medios de producción, compra de fuerza de trabajo y acumulación de excedente. La riqueza no puede estar al margen del proceso productivo, sino que tiene que intervenir constantemente en las condiciones de producción para que sea capital. El capitalismo se entiende como una dinámica que se desarrolla históricamente en aras de una constante expansión, o como Wolf dice, un “capitalismo-en-la-producción”.
“Únicamente cuando la riqueza se ha hecho de las condiciones de producción en las formas especificadas podemos hablar de la existencia o dominio de un modo capitalista.” (Wolf, [1982], 2006, p.104)
Dicho esto, el modo de producción capitalista exige que exista un sistema de clases, cuyas diferencias son remarcadas bajo la dialéctica de los victoriosos y los vencidos. Teniendo en cuenta que este modelo busca la renovación continua en busca de nuevas fuentes de excedentes el productor se encuentra en una situación susceptible de verse reemplazado y desempleado si el capitalista encuentra nuevas formas de producir a un menor coste.
III. La coerción estatal: El modo tributario
La siguiente forma de producción consiste en el control de los medios de producción por una élite política, es decir, el poder estatal. El poder político gestiona y orienta el trabajo social ofreciendo un acceso a los productores a cambio de un rédito compensatorio, en forma de impuesto o tributo. El poder puede estar centralizado o bien delegado en otros poderes locales al modo feudal. Estas dos vías de distribución del poder fueron definidas por Marx (1859) como el “modelo de producción asiático” y el “modelo de producción feudal”, a partir de las cuales surgirían dos circunstancias contrapuestas. En primer lugar, si la élite gubernamental tiene el poder concentrado en sus manos controlará sectores de producción estratégicos como por ejemplo las obras hidráulicas [1]. En segundo lugar, dispondrá de un dispositivo de coerción como por ejemplo un equipo militar, de manera que el monopolio de la violencia esté circunscrito al poder estatal. Establecido así el poder, la élite puede poner a su disposición a una serie de recolectores de tributos sin necesidad de que intermedien los poderes locales. La consecuencia de prescindir de la mediación de los poderes locales en el cobro de tributos es que su poder sobre los recursos se ve mermado, haciendo así que el señor local dependa económicamente del gobernante. Wolf también menciona que esto podría llevar a la disputa entre señores locales en busca de una posición más privilegiada en relación al ingreso obtenido por los poderes estatales (Wolf, [1982], 2006, p.. Por supuesto esto afecta también a los comerciantes, en tanto que su actividad comercial se ve limitada por la élite, logrando así que no tengan la capacidad de acceder a la financiación ni de productores ni de señores locales que tengan la intención de ir a contracorriente de los gobernantes.
Por otro lado, estos poderes locales pueden llegar a debilitar al poder centralizado, siempre que la propiedad de los elementos coercitivos y de los elementos estratégicos de producción esté en sus manos. Esta situación se puede llegar a dar en tanto que los señores locales al interceptar los tributos tienen la posibilidad de consolidar su poder sobre la tierra y los productores, dando lugar a alianzas directas a nivel local o regional. No obstante la formación de estas alianzas no sólo suponen un conflicto contra la centralización del poder sino también con el resto de divisiones de poder local, generándose así lo que Wolf llama “luchas faccionales” (Wolf [1982], 2006, p.106).
Entre estas dos formas de producción se establece una competencia por el poder que desemboca en un ambiente de presión política. Samir Amin (1973) ha definido como modo de producción tributario este conglomerado de variaciones del poder. Precisamente se ha generado una dialéctica sociopolítica en la cual se contrapone el modelo centralizado que es identificado en Occidente como un sinónimo de libertad, al modelo asiático feudal que es identificado como el poder más déspota. Wolf hace referencia a esto en las siguientes líneas:
“(…) Así lo hicieron, entre otros, Heródoto con referencia a ciudades-Estado griegas en sus luchas con Persia, o Montaigne y Voltaire que contrapusieron sociedades basadas en el contrato social con sociedades caracterizadas por multitudes gimiendo bajo un gobierno despótico.” (Wolf [1982], 2006, p.107)
Finalmente, desde un punto de vista histórico Wolf concluye que las sociedades que se han regido bajo este modo de producción tributario han mantenido o bien una tendencia hacia la centralización o hacia la fragmentación. En último término la situación de los productores primarios en ambos casos es que se hayan obligado a trabajar con unos medios de producción que no les pertenecen, y cuyo excedente es controlado por el Estado centralizado o señor feudal, de manera que la producción no es movida de forma absolutamente libre en el mercado por los mercaderes ya que la actividad comercial de éstos como hemos dicho es limitada por los gobernantes. Por tanto la relación de dominación entre los productores y los detentadores del poder sigue siendo patente en cualquier caso.
IV. El desarrollo de la interacción cultural: Las civilizaciones
A medida que las sociedades tributarias se han ido construyendo en base a la relación de la política con el comercio, se ha desarrollado paralelamente una interacción cultural que genera ese constructo llamado “civilización”. Estas civilizaciones que surgen giran sobre la hegemonía de la sociedad tributaria, la cual conlleva por lo general un determinado modelo ideológico promovido por la élite recaudadora de excedentes. Esta ideología se reproduce en otras órbitas de mayor poder conformadas por otras élites. Pero lo interesante aquí es que a pesar de que pueda existir un modelo ideológico hegemónico en ese contexto político-económico, la órbita de la civilización conforma la cancha donde tienen cabida distintos modelos que cohabitan bajo lo que Wolf llama “una ordenación de símbolos” (Wolf [1982], 2006, p.108).
No obstante el modelo predominante posee una marca que lo distingue y que traza la distancia que existe entre su origen-al cual se le podrían aducir incluso causas sobrenaturales- y la posición de los súbditos, de manera que establecen la jerarquía de un modo claro. En sociedades como la china en las cuales hay un fuerte arraigo taoísta y confuciano la configuración de la jerarquía social tiene una identificación con la jerarquía cosmológica.
“El emperador chino era el depositario del mandato del Cielo, a cuyo cargo estaba asegurar el equilibrio entre el Cielo y la Tierra; los estudiosos chinos portadores de la banda activaban ese mandato dando fuerza a las relaciones jerárquicas apropiadas.” (Wolf, [1982], 2006, p.108)
Wolf ofrece más ejemplos aparte de ese, pero lo destacado de este asunto es que el modelo ideológico dominante subraya la relación de poder haciendo que la posición de un gobernante recolector de excedente se desplace en el imaginario social hacia la posición de una deidad, mientras que los productores asumen la suya como súbditos [2]. Esto resulta fundamental para entender la perdurabilidad del poder, pues éste avasalla la vida privada de los individuos, alentando que mantengan el orden en función de sus acciones morales. No obstante, si el poder no fuera capaz de hacer valer su ley de manera que no puede aplacar una injusticia, éste perderá la fuerza “sobrenatural” que le da legitimación.
V. Riqueza mercantil y desarrollo del capitalismo
Con el modo tributario no debemos deducir que se trate de una inmovilización del comercio, pues los excedentes son puestos en circulación listos para el intercambio. Las relaciones tributarias no han dejado de coexistir con las operaciones comerciales a pesar de que haya habido tiranteces entre ambas. Esta relación se manifiesta en la medida en que la riqueza mercantil se convierte en capital cuando en primera instancia se permite al comerciante intercambiar bienes. Sin embargo las operaciones comerciales, al transformar los valores de uso en mercancías, supone una amenaza para el poder, porque se está poniendo en el mercado bienes a partir de los cuales el poder se sustenta, de manera que los detentadores del poder tributario queden a merced de estos comerciantes. Así el poder económico supera al poder político. Por ello, para evitar esto las sociedades tributarias han ido recortando ese poder comercial cuando éste suponía una amenaza.
Y es que los comerciantes utilizan varias vías de intercambio. Una es, como hemos dicho, comprando excedente a los señores tributarios a cambio de mercancías de primera necesidad. En segundo lugar el intercambio está dirigido directamente a los productores primarios, ofreciendo productos con una alta demanda a cambio de otros bienes poco valiosos en la zona pero considerados lujosos en otros mercados. Aquí el comerciante juega con el valor estratégico del producto, haciendo que la producción de los trabajadores se oriente hacia ese producto que demanda el comerciante, de manera que la producción se vuelve en cierta medida dependiente de la exigencia del comerciante.
“Con el tiempo, este intercambio desigual, ensanchado temporalmente por medio de un sistema de avances, podía llegar a producir una especie de peonaje en el cual el productor primario se veía obligado por razón de sus necesidades a dedicarse por completo a la producción de la misma mercancía por el resto del tiempo.” (Wolf, [1982], 2006, p.113)
Al expandirse el mercado de bienes de subsistencia se genera una situación de beneficio en términos de capital, en la medida en que los comerciantes adquieren excedente tributario a un bajo coste y luego lo ofrecen a una clase productora cada vez más necesitada de nuevas herramientas por la especialización del trabajo. Pero esto tan sólo es una posible lectura, ya que a fin de cuentas la retroalimentación entre la élite política y los mercaderes de alguna manera siempre acaba sometiendo al productor primario, ya sea por la dependencia que tiene hacia el poder para trabajar, ya sea por los recursos que necesita comprarle al comerciante sin posibilidad de negocio, ya que el grupo de comerciantes, al verse reducido por las restricciones estatales, la oferta en el mercado será menor.
El origen del capitalismo consistiría para Wolf en la adaptación oportunista por parte del Estado hacia los comerciantes que generan riqueza mercantil, volviendo a hacer una regresión cuando ya exista una acumulación de riqueza capital suficiente que no ponga en peligro al mismo poder en relación con los mercaderes más ricos. Jane Schneider (1977) ilustra perfectamente cómo el poder requiere no sólo el monopolio de una serie de leyes y de símbolos, sino también el control de la distribución de las mercancías. De ahí que en función de las necesidades el poder político se incline a la apertura o a la restricción. China a finales del siglo XX es un buen ejemplo de cómo las necesidades tecnológicas exigen una ampliación esporádica del mercado, aunque éste no pierda su poder basado en el monopolio de la fuerza. El propio Wolf también expone las posibles razones por las cuales en Europa en plena Edad Media se hicieron estos cambios de poder:
“Aunque es verdad que se hicieron valer mecanismos defensivos cuando el poder tributario se sintió amenazado por el avance del comercio, parece que los Estados europeos que se desarrollaron después del año 1000 concedieron a los demás comerciantes más independencia y privilegios que la mayoría de los demás sistemas políticos. Esto se pudo deber al atraso mismo de la periférica península europea en comparación con las estructuras tributarias más fuertes, sanas y centralizadas del Medio Oriente y del Oriente.” (Wolf [1982], 2006, p.111)
El paso de la riqueza mercantil al capital surge por la ampliación de procesos relacionales que se llevan a cabo entre el poder político y el económico, siendo algo continuo, lineal y cuantitativo tal y como sostienen autores como Weber [3] o Wallerstein [4]. El capitalismo entendido desde un punto de vista marxista se entiende como una nueva forma de movilizar el trabajo social, puesto que el objetivo es maximizar el beneficio mediante la reinversión del dinero, para que éste genere más, es decir, dinero creando más dinero. Por esto es por lo que en las relaciones tributarias o de parentesco no se dio el salto de riqueza mercantil a capital. Pero aun así estamos hablando de lo que Wolf llama “prehistoria del capital” (Wolf [1982], 2006, p.112), pues el verdadero salto del modo tributario al capitalista no se dio sino hasta el siglo XVIII, siendo después de 1400 cuando se propulsó el crecimiento comercial.
Sin embargo, este criterio de maximización del rendimiento desemboca en la tercera forma de comercialización que no es otra que la ampliación de la esclavitud, la cual ha servido siempre de complemento para todos los modos de producción aquí tratados. De hecho, la esclavitud ha sido clave en el desarrollo de ese modelo de producción que busca el máximo beneficio con el menor coste. El propio Karl Marx afirma que la industria moderna está sustentada en la esclavitud. Los esclavos eran introducidos por los comerciantes en el mercado como una mercancía más, ya que éstos intercambiaban sus artículos de primera necesidad con los esclavistas africanos. Sin embargo, el hecho por el cual la esclavitud no suponía un modo de producción independiente es porque mantener a los esclavos implicaba unos costes de coerción que requerían de la importación de víveres.
VI. Parentesco y producción
Wolf analiza con más profundidad el surgimiento del trabajo social en base a las relaciones de parentesco. En Godelier puede verse cómo el parentesco dibujaba las líneas de apareamiento en función de las necesidades sociales (Godelier, 2000). Esto también se aplica a la transformación tecnológica del medio material. Y es que los vínculos sociales y económicos muchas veces siguen “pautas de parentesco” [5]. En este sentido, los vínculos que conforman la filiación determinan el progreso del trabajo social y éste se desarrolla de forma transgeneracional. Wolf concluye que el parentesco opera en dos niveles, el doméstico y el político. No obstante, recalca que la labor que éste realiza no lo define de manera objetiva, por lo que hay diversas posturas acerca de la definición de parentesco. Tres grupos distintos de concepciones antropológicas son los que Wolf distingue. En primer lugar estarían los que únicamente ven al parentesco como una consecuencia de las características biológicas de los humanos, de modo que la definición del parentesco podría resumirse en el ejercicio histórico de “remontar los linajes” (Wolf [1982], 2006, p.117). En contraposición a este grupo estaría la concepción de que el parentesco únicamente son las relaciones de control sobre el sexo y la reproducción, basadas en el simbolismo que es capaz de reproducir el ser humano. Godelier ha sido uno de los antropólogos que han hecho referencia a esa capacidad simbólica o como dice él, “ventrílocua” (Godelier, 2000):
“Vemos pues cómo en cada sociedad se elaboran unas representaciones imaginarias del cuerpo, de los sexos, de las sustancias corporales, de los procesos fisiológicos, que nada tienen que ver con lo que actualmente sabemos de los mecanismos biológicos de la reproducción humana.” (Godelier, 2000)
En esta corriente Wolf señala a las dos subdivisiones que tiene, por un lado los más centrados en la regulación sexual y por otro los que se enfocan más en el universo simbólico. Los primeros, para él, ponen un gran énfasis en el reparto de derechos y obligaciones. Es decir, recalcan una función prioritariamente jurídica. Mientras que los simbolistas remarcan la pauta ideológica que genera el parentesco, siendo la familia el núcleo portador de símbolos. En tercer lugar hay una visión antropológica que entiende el parentesco como el medio de comunicación por el cual se tratan las relaciones sociales y políticas.
Pero Wolf regresa sobre el segundo tipo de concepción, en tanto que lo que queremos es saber la relación del parentesco con la producción y de si éste puede ser un modelo en sí mismo para producir. En anteriores estudios sobre el parentesco se ha visto que la sexualidad era el elemento a partir del cual se establecían los roles, ya que el simbolismo psicológico que poseían los hombres fue lo que estableció las relaciones de poder que llevaron a la mujer a tener un rol social determinado e incluso a ser considerada un objeto mercantil. Wolf señala esto con mayor concreción afirmando que las fuentes de poder son la capacidad reproductiva femenina y la ascendencia, basándose fundamentalmente en la visión de Meyer Fortes, quien entiende que estos dos elementos distribuyen los puestos de poder e influencia (1953). Esto podemos verlo ejemplificado en la tribu de los Masáis, donde mujeres, hombres y niños tienen sus labores definidas. Las mujeres incluso son parte de la riqueza de los varones, puesto que una mujer tiene un valor equivalente de unas tres vacas, dos ovejas y un buey aproximadamente. Resulta interesante llegar a este punto, ya que Wolf habla sobre la extensión que tienen las relaciones de parentesco, en tanto que a partir de ellas se construyen los derechos, los cuales en muchas ocasiones toman un cariz de exclusividad en función de la pertenencia al linaje. Y es que la afinidad se traslada al plano político. Las jerarquías establecen criterios selectivos para la prescripción del trabajo. Esto genera oposiciones que amenazan el orden del parentesco. Wolf encuentra limitaciones en este orden del parentesco más que nada porque los líderes en algún momento se ven forzados a hacer cambios en sus relaciones, adquiriendo mujeres por ejemplo para obtener un nuevo séquito de seguidores. O en última instancia buscan mediante la guerra la ampliación del control de excedente, para así poder mantener su dominio.
Wolf aquí nos muestra la cara más negativa de un modo de producción basado en el parentesco. En cambio Godelier en su obra Instituciones Económicas nos ofrece una perspectiva más tendente a la cooperación, argumentando que los vínculos de parentesco se ven expresados en el reparto de productos, siendo éste el que otorga la identidad a los diversos grupos que Wolf identifica como oposiciones. De modo que la producción basada en el parentesco para él alude más a la reciprocidad que a la diferenciación. Mientras que Wolf dice que “con el paso del tiempo, la tendencia a maximizar oposiciones externas frente a otros grupos va de la mano con la multiplicación de las oposiciones internas” (Wolf [1982], 2006, p.122) Godelier nos pone como ejemplo la forma de vida de tribus como los bosquimanos o los shoshone, cuya sociedad trabaja bajo el mandato de un jefe que al final del proceso reparte los bienes, concluyendo que:
“Mediante este tipo de repartos y donaciones, se expresan las relaciones recíprocas entre sexos, entre generaciones, entre miembros productivos e improductivos de la sociedad, entre parientes de sangre y de alianza. La existencia de estas formas de circulación directa implica que los productores conservan un control directo sobre sus productos; (…)” (Godelier, 1981, p.95).
No obstante no debemos entender que existe una igualdad diferenciada de los modos tributario y capitalista que hemos visto, pues los grupos sociales siempre son susceptibles de escisión, puesto que la pugna es un elemento inevitable en las relaciones de parentesco, y ésta afecta al modo de producción, pues se establecen alianzas que extienden los conflictos sobre los recursos. Así pues, el trabajo social refuerza los vínculos humanos produciendo “sociedad” jurídicamente hablando pero también es afectado por las circunstancias materiales que exigen cambios en la producción, de manera que ésta puede reorientarse para aplacar conflictos con otro poblado o para tener un control sobre su propia población (que en Godelier éste era uno de los principales motivos por los que se regulaba el apareamiento).
VII. Acerca del problema de las jefaturas
En este punto es necesario hablar sobre la figura del líder y sus aptitudes para movilizar el trabajo social y las relaciones sociales. La capacidad de un individuo para el ordenamiento social no depende exclusivamente de su habilidad con el poder sino también de los recursos de que dispone la población, la potencial fuerza bélica, el tamaño demográfico de dicha población, etc. El poder es demostrado por los jefes en tanto que consiguen romper el límite del modo de producción basado en parentesco y consiguen establecer asociaciones en relaciones tributarias y capitalistas. De hecho, es algo muy relacionado con lo que hemos tratado en el punto anterior, dado que la tendencia a la oposición amenaza el orden de producción, lo cual se intensifica en la medida en que las relaciones sociales entran en contacto con sociedades tributarias o capitalistas. Los jefes, entonces, se convierten en muchas ocasiones en socios comerciales.
“Estas relaciones brindan oportunidades para el apoderamiento y transferencia de excedentes más allá de los disponibles dentro del modo ordenado por el parentesco. (…) Esto explica por qué los jefes han resultado colaboradores excelentísimos de traficantes de pieles de tratantes de esclavos en dos continentes.” (Wolf [1982], 2006, pp.124-125).
Sin embargo, al margen de lo que se pueda decir acerca de los jefes, lo que aquí Wolf quiere explicarnos es el problema de la “jefatura”, la cual interpreta como una sociedad a medio camino entre las sociedades tribales basadas en el parentesco y los Estados basados en un sistema de clases o sociedad estamental. En la jefatura el acceso a los bienes no requiere diferenciaciones, mientras que sí lo hace en cambio en el acceso al poder, exigiendo un cierto rango. Teniendo en cuenta que la genealogía es común y que los individuos están diferenciados por las labores que realizan, el término “sociedad” se entendería como un compendio de intereses, de pertenencia a linajes y de distribución general.
Wolf percibe que el modo de producción no atiende a la forma que tienen las interacciones entre los jefes de alto rango, ciñéndose sólo a la indagación del despliegue del trabajo social. Por ello debemos entender dos tipos de jefaturas, las que están basadas en el orden de parentesco y las que mantienen la forma y lenguaje de las relaciones de parentesco aun cuando las divisiones sociales no sean por rango sino que se transformen en divisiones de clase debido a la presencia de un nuevo grupo dominante que a su vez fortalece su poder basándose en mecanismos de parentesco.
En la formación de clases se llevan a cabo una serie de procesos estratégicos. Estos procesos son en lo que se basa la redistribución. Wolf no cree que la redistribución sea algo característico de la jefatura, sino que es un requerimiento del poder para dividir a la sociedad. Karl Polanyi demostró mecanismos de intercambio que van más allá de la reciprocidad o el mercado [6]. Por ello Wolf traza tres rasgos de la redistribución: en primer lugar hay que concretar las esferas de redistribución, puesto que no es lo mismo el abastecimiento para situaciones de guerra que los regalos; en segundo lugar se determinan las cantidades y quiénes son los beneficiarios de éstas; y por último hay que abrir la opción de sobornar a los aliados o apaciguar potenciales conflictos con otros rivales. A diferencia del ejemplo que pusimos en el apartado anterior sobre la visión de Godelier sobre la redistribución, Wolf entiende a ésta como una “estrategia recurrente” (Wolf [1982], 2006, p.127) y no como un altruismo característico de un cierto tipo de sociedad.
Notas:
[1] Véase a este respecto la obra Despotismo hidráulico de Wittfogel.
[2] En lo que respecta a esto cabe recomendar el análisis de Stephan Feuchtwang en La metáfora imperial.
[3] En el famoso ensayo de La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
[4] Por ejemplo en estudios como el del tercer volumen de El moderno sistema mundial: La segunda era de gran expansión de la economía-mundo capitalista, 1730-1850.
[5] Wolf define estas pautas de parentesco como “epifenómenos culturales que cumplen la función de realizar la distribución entre derechos y obligaciones” (Wolf [1982], 2006, p.117).
[6] Puede verse en su obra publicada en 1944 La gran transformación.
Bibliografía:
AMIR, Samin (1973). Neo-colonialism in West Africa. Harmondsworth, Penguin Books, 1973.
GODELIER, Maurice (1981). Instituciones económicas. Editorial Anagrama, 1981.
GODELIER, Maurice (2000). Cuerpo, parentesco y poder: Perspectivas antropológicas y críticas. Editorial Abya Yala, 2000.
FORTES, Meyer (1953). “The Structure of Unilineal Descent Groups”. American Anthropologist 55: 17-41.
MARX, Karl (1845). Tesis sobre Feuerbach, III.
MARX, Karl (1859). Una contribución a la crítica de la economía política. Editorial Progreso, 1989.
SCHNEIDER, Jane (1977). “Was There a Pre-Capitalist World System?” Peasant Studies 6: 20-29.
WOLF, ERIC (1982). Europa y la gente sin historia, Sección Tercera: Modos de producción. Fondo de Cultura Económica, 2006.
Sobre el autor:
Nacido en Valladolid (1995). Graduado en Filosofía por la Universidad de Valladolid. Actual estudiante del Máster en Filosofía Teórica y Práctica en la UNED.
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