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6.5- ¿Hacia el final del jacobinismo francés?

Actualizado: 28 dic 2020

Por Nicolás Klein.


Resumen: En este artículo, titulado originalmente "¿Hacia el final del jacobinismo francés? Apuntes para entender los actuales movimientos territoriales allende los Pirineos", se afirma lo siguiente. Cimentada a partir de la Revolución de 1789 en una concepción centralizadora e igualitaria, la nación francesa ha ido renunciando a partir de los años 80 a estos principios históricos que pretendían romper con la complejidad administrativa y privilegios de las provincias del Antiguo Régimen. Se viene conjugando la presión conjunta de la Unión Europea y Alemania con los nuevos aires que soplan entre las élites nacionales del país, que ya no creen conveniente defender la unidad nacional. Tampoco se puede menospreciar el peso de los autonomismos y separatismos periféricos disgregadores (Alsacia, Córcega, País Vasco), que llevan decenios fortaleciéndose al socaire de la creciente debilidad del poder central y las constantes cesiones de las que se benefician. De hecho, en adelante, el movimiento parece generalizarse con la multiplicación de unas nuevas “metrópolis” de diverso cuño que fomentan unas baronías locales – incluso en regiones poco afectadas por esas tensiones centrífugas, tal y como Lyon. Todo ello dibuja un panorama bastante sombrío para Francia, que solía considerarse como el gran valedor del centralismo en Europa, pero ya no corresponde plenamente a estas pautas y se acerca a los fenómenos que se vienen dando en Reino Unido o España, por ejemplo.


Palabras clave: Francia, descentralización, separatismo, Córcega, País Vasco.




IMAGEN 1: Gérard Collomb, exalcalde de Lyon (2001-17 y 2018-20) así como exministro del Interior (2017-18)


I. Desde Córcega hasta Alsacia – Un proceso de regionalización cada vez más pronunciado.


Si bien han sido menos mediáticas a nivel internacional que los disturbios independentistas en Cataluña o el pulso separatista escocés, las tensiones centrífugas que llevan unos años agitando a Francia no resultan menos amenazantes y peligrosas a medio y largo plazo.


El 17 de diciembre de 2015, el autonomista Gilles Simeoni, miembro del partido Juntos por Córcega (Inseme per a Corsica) se convertía por ejemplo en el presidente del Consejo ejecutivo de la isla (más o menos el equivalente de un presidente autonómico español). Abogado de formación, exalcalde de la ciudad de Bastia (unos 46.000 habitantes), defendió hace unos años al militante independentista Yvan Colonna, condenado en 2017 a cadena perpetua por el asesinato del prefecto[1] Claude Érignac. El mismo día que Simeoni, el secesionista Jean-Guy Talamoni, - del partido Córcega Libre (Corsica Libera), resultaba elegido presidente de la Asamblea de Córcega – principal órgano legislativo de la isla.


Desde hace varios años, ésta goza de una autonomía cada vez mayor por la peculiar historia que tiene dentro del conjunto francés: dominada sucesivamente por Pisa, Aragón y Génova, formó un territorio independiente (aunque bajo protección británica) a mediados del siglo xviii antes de incorporarse definitivamente a Francia mediante invasión militar. Tierra natal de Napoleón Bonaparte, pero también del político Pascal Paoli (considerado el “padre de la Córcega moderna e independiente”), posee rasgos culturales y lingüísticos particulares. Desde 2018, constituye una “colectividad territorial única”, o sea un territorio en el que una asamblea legislativa ejerce las antiguas funciones de la región y el departamento, borrándose así la huella revolucionaria francesa.


Por razones geográficas obvias, varios archipiélagos ultramarinos franceses, tal y como Martinica, Guayana y Mayotte, se benefician del mismo estatus. Más relevante e inquietante es el caso de la colectividad europea de Alsacia (CEA), que ha de nacer formalmente el 1 de enero de 2021 y es fruto de la fusión de los departamentos del Bajo Rin y el Alto Rin. A la influencia de las instituciones de la Unión Europea (UE) en la región, patente por la presencia del Parlamento europeo en Estrasburgo, se le suma el atractivo de una Alemania mucho más dinámica económicamente hablando que Francia. De hecho, la cooperación transfronteriza con el estado federado alemán (Land) de Baden-Wurtemberg es cada vez más estrecha.


Asimismo, en 2012, varios centenares de responsables políticos del departamento de Pirineos Atlánticos firmaron un comunicado a favor de la creación de una colectividad territorial única vasca, a imagen y semejanza de lo que existe en España con la comunidad autónoma del País Vasco. Pretendían (y siguen pretendiendo) desgajar las tres provincias vascas históricas que se encuentran en territorio francés (Labort, Sola y Baja Navarra) – el llamado Iparralde – del Bearne, la otra área cultural de los Pirineos Atlánticas. A estos efectos se fundó en 2017 la comunidad de aglomeración del País Vasco, reunión de diez mancomunidades estructuradas en torno a Bayona que corresponde exactamente a los contornos del Iparralde.


II. Un cambio histórico.


De manera general, la multiplicación de los niveles administrativos en la República francesa se vuelve cada vez más preocupante por el formidable despilfarro que suponen y su carácter netamente incomprensible a ojos del ciudadano francés. Al tríptico municipio-departamento-Estado central, que se había impuesto de 1790 en adelante, se fue sustituyendo a partir de los años 80 un milhojas ininteligible. Todo ello desembocó en un sinfín de funcionarios territoriales[2], con competencias a la vez más extensas y difusas, así como en un “rompecabezas” en el que cada escalón administrativo le echa la culpa a otro por los problemas concretos de la ciudadanía (sanidad, educación, ordenación del territorio, etc.)

Al municipio, el departamento y el Estado central hay que añadirles, por tanto, las mancomunidades, las regiones administrativas, las colectividades territoriales únicas y todos los estatus peculiares de los que gozan tal o cual zona por razones históricas, geográficas, lingüísticas, económicas, etc.


El proceso de balcanización progresiva de la República francesa no resulta tan avanzado como el de otros países europeos (entre los cuales España) por el peso que siempre ha tenido el centralismo desde la Revolución de 1789. No debemos olvidarnos de que los sectores más progresistas y escorados a la izquierda de los revolucionarios[3], los famosos “jacobinos”, lograron imponer al territorio un modelo vertebrado en torno a París. Rompieron con la tendencia particularista de la monarquía feudal y absolutista, que toleraba (e incluso incentivaba en algunos casos) la existencia de provincias con sus peculiaridades (lengua, sistema de pesos y medidas, órganos de Gobierno, gravámenes y exenciones fiscales, etc.) Aunque no triunfaron a lo largo de todo el período revolucionario, los adalides del jacobinismo vieron cómo otros regímenes retomaban sus ideas y profundizaban en ellas. Fue el caso del Primer Imperio (pensemos en la creación del sistema prefectoral y la centralización total del poder en torno a Napoleón Bonaparte y sus ministros) y de la Tercera República (que pudo sobreponerse a la derrota del país frente a Prusia, en 1870, precisamente gracias a un sistema en el que París mandaba sobre todos los demás niveles administrativos y a pesar de la inestabilidad parlamentaria que siempre la caracterizó).


Fue a partir de los años 80 cuando se inició y desarrolló un movimiento inverso, fruto de la voluntad del socialista François Mitterrand, elegido presidente de la República en 1981. En 1982, el ministro del Interior, Gaston Defferre, abogó por una cesión de competencias y créditos financieros a las regiones administrativas, dentro de un proceso que había arrancado a principios del siglo xx. Dicho proceso se había beneficiado de un impulso decisivo en 1941, por iniciativa del Gobierno de Vichy, cuyas tesis reaccionarias (por ejemplo, la oposición entre “país oficial” y “país real”[4]) encajaban bien con la descentralización.


Al fin y al cabo, la izquierda socialdemócrata, apoyada por el Partido Comunista, aceptaba y hacía suyo el ideario de la regionalización. Cabe señalar aquí el vuelco trascendental que se produjo en Francia con François Mitterrand ya que, para oponerse mejor al viejo gaullismo de la derecha, la izquierda decidía abandonar el jacobinismo y se entregaba al regionalismo. Los inicios de la descentralización fueron, por supuesto, tímidos, pero se apoyaron en un programa que sigue siendo más o menos el mismo hoy, es decir: el principio de subsidiariedad[5], la voluntad de hacer más eficaces las medidas que se toman por el bien de los ciudadanos, el acercamiento paulatino de los dirigentes a los electores, etc.


En realidad, no sólo deja mucho que desear el resultado (Institut Rousseau, https://www.institut-rousseau.fr/decentralisation-et-organisation-territoriale-vers-un-retour-a-letat/) sino que también ha servido tal regionalización para “enchufar” a los amigos políticos del Gobierno de turno, manejar presupuestos cada vez más ingentes (aunque siguen, de momento, muy reducidos en comparación con los presupuestos de las autonomías españolas) en condiciones opacas, llevar a cabo operaciones urbanísticas o infraestructurales de dudosa utilidad y hacer oposición al Estado central.


El anticomunismo pesó bastante en el giro ideológico de la izquierda francesa (no está de más recordar que, siendo Mitterrand elegido con la etiqueta socialista, fue uno de los oponentes más rabiosos a la Unión Soviética y un mandatario cercano a Margaret Thatcher y a Helmut Kohl). Sin embargo, no se puede entender semejante viraje sin traer a colación, aunque fuese de forma somera, el influjo de la UE, con su Comité de las Regiones, fundado en 1994. La misma “construcción europea” pretende ir desdibujando progresivamente a las naciones que componen el entramado comunitario con la abolición de los aranceles interiores, la cooperación transfronteriza y el empoderamiento de los escalones locales.


Sólo en este marco se puede entender que pululen las llamadas “eurorregiones”, cuyas competencias no resultan muy claras y cuyos fondos se emplean sin mucho control político o ciudadano.


III. Las metrópolis, punta de lanza en la lucha contra el centralismo.


En el seno de la misma República francesa, la ilustración más reciente del derrumbe silencioso del jacobinismo (o, mejor dicho, de su demolición metódica) la constituye el proceso de “metropolización” del país. Se trata no sólo de un movimiento más o menos “natural”, arraigado en los cambios socioeconómicos inducidos por la globalización, sino también de una serie de medidas manifiestas cuya meta primordial es la construcción de nuevos espacios metropolitanos.


Se tienen que distinguir tres tipos de “metrópolis” (que vendrían a ser más o menos el equivalente de las áreas metropolitanas españolas) en Francia:


1) los territorios de derecho común, que reagrupan, en torno a una ciudad importante, varias decenas de municipios menos poblados (es el caso de Metz, Nancy, Estrasburgo, Dijon, Clermont-Ferrand, Saint-Étienne, Grenoble, Niza, Tolón, Montpellier, Toulouse, Burdeos, Tours, Nantes, Rennes, Brest, Ruan, Orleans y Lille), con el objetivo oficial de fomentar el desarrollo y el crecimiento de cada conjunto;


2) dos territorios de estatus particular (Aix-Marsella y el Gran París), que funcionan como mancomunidades de poderes más extensos;


3) y una colectividad territorial específica, la metrópoli de Lyon, que se separó en 2015 del resto del departamento del Ródano para formar una entidad independiente (y no una mancomunidad de municipios, al contrario de los dos tipos de metrópolis precedentes).


El milhojas, por tanto, va haciéndose más espeso. Asimismo, se van acumulando los estratos de poder, que no por ello reducen la distancia entre los responsables políticos y la ciudadanía ni son necesariamente más transparentes o eficaces que el Estado central o la estructura departamental.


Cabe observar, llegados a este punto, que muchas de esas metrópolis les sirven a los partidos políticos y a los “barones” locales para asentar su poder. En algunas ocasiones, incluso son la creación de una personalidad con mucha influencia regional o nacional. Pongamos el ejemplo de Gérard Collomb, quien fuera alcalde de Lyon de 2001 a 2017 y luego de 2018 a 2020 pero también ministro del Interior de Emmanuel Macron de 2017 a 2018. Fue en efecto el principal promotor de la metrópoli de Lyon, sobre la que “reinó” de 2015 a 2017 y desde la cual preparó el salto a la plaza Beauvau (sede del Ministerio francés del Interior, casi enfrente del palacio del Elíseo). En 2016, Collomb, quien era a la sazón miembro del Partido Socialista, fue además uno de los primeros políticos de fuste en apoyar a Macron en su conquista del poder supremo de la nación.


IV. A modo de conclusión.


En resumidas cuentas, si bien el jacobinismo francés no ha muerto (y sigue siendo una realidad en bastantes aspectos[6]), se encamina cada día más hacia una desaparición que no supone mayor eficacia política o económica ni una democracia de mejor calidad – sino todo lo contrario. Francia no es ajena a los procesos de balcanización que afectan a los países occidentales en su conjunto.


En un contexto de atracción del modelo europeo y alemán[7], la disgregación del territorio francés a medio o largo plazo no es ninguna entelequia. No podemos olvidar que las dinámicas socioeconómicas, culturales y políticas de algunas zonas parecen estar ya fuera de control. Son cada vez más numerosos los alcaldes y políticos del departamento de Pirineos Orientales, por ejemplo, en apoyar abiertamente el proceso separatista catalán y en recibir con todos los honores al fugado Carlos Puigdemont[8]. No les parece mala idea no sólo la independencia de Cataluña sino también la incorporación de la mayor parte del departamento[9] a una hipotética República catalana.


V. Bibliografía.


- Arnaud, D. (2006). La Corse et l’idée républicaine. París: L’Harmattan.

- Boutin, C. y Rouvillois, F. (Dir.). (2003). Décentraliser en France – Idéologies, histoire et perspective. París: François-Xavier de Guibert.

- Daucé, S. (2014). Les métropoles hors Île-de-France à l’issue de la loi MAPTAM: compétences et organisation institutionnelle (2014-ii-2050), La Semaine juridique, édition administrations et collectivités territoriales, 8, 44-50.

- Guilluy, C. (2007). La nouvelle géographie sociale à l’assaut de la carte électorale. Recuperado de http://www.cevipof.com/bpf/analyses/geographiesociale.pdf

- Guilluy, C. (2014). La France périphérique – Comment on a sacrifié les classes populaires. París: Flammarion.

- Polère, C. (2014). De la COURLY au Grand Lyon – Histoire d’une communauté urbaine. Lyon: Lieu Dit.

- Schachinger, D. (2007). La décentralisation en France. París: Grin Publishing.

[1] En Francia, los prefectos son los máximos representantes del Estado en cada departamento y región. Han de velar por la seguridad, la celebración pacífica de las manifestaciones y la coordinación de las fuerzas del orden. Constituyen de hecho la principal fuente de inspiración de la figura de los delegados del Gobierno españoles.

[2] En Francia existen tres tipos de funcionarios: los llamados “estatales” (profesores, policías nacionales, gendarmes, jueces, etc.), los “territoriales” (que trabajan para los diferentes niveles administrativos locales y regionales) y los “hospitalarios” (profesiones sanitarias vinculadas a los hospitales públicos). Es la segunda categoría la que va engordando cada vez más desde hace varios decenios.

[3] En este marco, proclamar o sugerir, como hacen los responsables de la izquierda indefinida e infantil española, que el centralismo se confunde con la derecha y el fascismo es un sinsentido ideológico, fruto de una desestructuración política a intelectual que no puede sino conducir a graves errores y funestas consecuencias.

[4] Semejante dicotomía, que siempre ha cosechado un gran éxito entre las filas de la ultraderecha francesa, se fundamenta en la idea de que la vida local y regional, con sus raíces históricas y culturales inmemoriales, no corresponde a la visión “fría” y meramente administrativa del Estado y sus representantes. Por ende, dicha visión habría de adaptarse a las realidades de cada territorio.

[5] “Criterio que pretende reducir la acción del Estado a lo que la sociedad civil no puede alcanzar por sí misma” (diccionario de la RAE), o sea, en la práctica, cesión progresiva de competencias a los niveles intermedios de la administración.

[6] Observemos que el francés sigue siendo la única lengua válida en la mayor parte de la nación.

[7] Aunque no fue presentado así por el presidente François Hollande, el proyecto de fusión de muchas regiones administrativas (que se llevó a cabo el 1 de enero de 2016) tenía su referente en los estados federados alemanes. De hecho, los medios de comunicación y un gran número de responsables políticos se valieron del paralelo, unas veces para respaldar la reforma, otras para censurarla. En la actualidad, existen trece regiones en la Francia metropolitana (Alta Francia, Gran Este, Isla de Francia, Borgoña-Franco Condado, Auvernia-Ródano-Alpes, Provenza-Alpes-Costa Azul, Occitania, Nueva Aquitania, Centro-Valle de Loira, Países del Loira, Bretaña, Normandía y Córcega) con tamaños muy desiguales y, en algunos casos, pretensiones lingüísticas y autonomistas marcadas.

[8] Véase, por ejemplo, ““L’Espagne est un de ces États qui ne peuvent se débarrasser de la dictature”: les propos de la maire d’Amélie-les-Bains font du bruit”, L’Indépendant, 23 de agosto de 2020.

[9] La única área del departamento que no corresponde a la Cataluña “histórica” es Fenolleda, que pertenece a los territorios que antiguamente hablaban occitano.


Sobre el autor:

Profesor de español (civilización, literatura, traducción, gramática) en la enseñanza superior en Francia, Nicolas Klein es autor de varias traducciones al francés sobre al-Andalus, así como de libros sobre historia y actualidad española. En 2020, publicó un libro de texto, Comprendre l’Espagne d’aujourd’hui – Manuel de civilisation, para sus estudiantes y todos los francófonos que estén interesados en la España contemporánea. Perfil de Twitter: https://twitter.com/NicolasKleinEsp. Perfil de Facebook: https://www.facebook.com/nicolas.klein3/.


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